Los gastrobares con toque informal y rústico proliferan en los últimos tiempos por la ciudad, nada más hay que echar un vistazo al centro de Sevilla y ver cómo han cambiado los hábitos alimenticios en los comensales y las apuestas tan arriesgadas por las que optan algunos establecimientos para dar con la tecla. En la estrecha calle Carlos Cañal, cercana al hervidero de bares que es la calle Zaragoza, había los cimientos de una pequeña vinoteca que con el paso del tiempo (y ya llevan tres años) se convirtieron en el bar que lleva por nombre Patas de Gallo, un local que nació por la necesidad de servir más ante la demanda de los clientes y que se ha convertido, por méritos propios, en uno de esos rincones que se han ganado el aplauso del público.
El espacio es medianamente reducido, coexisten mesas altas para un tapeo más informal y mesas bajas (mesas que son recicladas algunas de ellas y con sillas de metal). La decoración es bastante curiosa, en sus paredes vemos desde elementos de azulejería de otra época hasta juguetes o viñetas y empapelados de tebeos y en su carta ya indagaremos pero adelanto que es tanto o más original como su ornamentación.
La bodega de Patas de Gallo es diferente, se sale de lo normal, disponen de muchas referencias (algunos extrañísimos de ver) y muchos vinos se pueden tomar en copa. Al no disponer de terraza por sobradas razones de espacio fuera, el interior se nota cálido y acogedor a más no poder y del servicio sólo puedo decir que es atentísimo y muy detallista, siempre con recomendaciones y sugerencias de la mano.
Centrándonos en su carta, diremos que no es extensa pero hay de casi todo, en conjunto parece un tanto ecléctica por la variedad de ingredientes y productos que habitan en ella. Disponen de tapa y plato en la mayoría y nos dejamos aconsejar para la ocasión. Al final nos decidimos todo por platos, como entrante para compartir nada mejor que sus Croquemoles, croquetas rellenas de guacamole, una explosión de sabor en la boca al probarlas, muy suaves, para nada ácidas ni picantes, una maravilla de descubrimiento.
Probamos fuera de carta su Ensaladilla con panceta a baja temperatura, totalmente diferente a otras ensaladillas que hayamos probado, ésta era templada, más entera y no tan desmenuzada como otras, un plato nuevamente original como el anterior y bastante abundante. La ensaladilla que sí tienen en carta es con caballa. De la mar nos creó interés su Envoltini de lubina y jamón sobre cama de couscous, muy elaborado, con el toque justo de sal, rico en matices y novedoso y singular en la presentación, por poner un pero sólo alguna espina que nos encontramos en el pescado. Para finalizar carne, Flamenquín relleno de jamón y salvia, tierno, jugoso y con el toque singular que le dan a cada plato.
Son maestros en tener unos postres inconfundibles acorde a su carta, pero con todo el dolor de mi corazón al ser una cena copiosa, nos marchamos sin probar sus piononos o su muerte por chocolate, queda pendiente una tarde de dulces. Sin duda, un sitio donde repetir, donde te hacen sentir muy a gusto y la comida es de calidad. Relación precio/calidad/cantidad bastante buena. ¡Hasta otra!
Dirección: Calle Carlos Cañal, 32 (41001) Sevilla
Teléfono: 689 714 365
Web: Enlace